Afirma Alberto Valenzuela, autor de este libro de retazos de memoria, que su conocimiento puede ser útil para generaciones actuales y futuras, y un acicate en la construcción de una sociedad más digna y justa. La vieja y necesaria utopía de La Internacional. Quiero agradecer su generosidad añadiendo estas páginas del capítulo 14, con mi particular homenaje a mis padres llegados desde el Sur, que nos enseñaron a ir por la vida.
Tardé 65 años en visitar la tumba de mi abuelo Crotato
Era una fría mañana del mes de marzo, aunque menos intensa que la del mismo mes del año 1942, cuando murió. Conservo la imagen también fría, aunque esta vez lucía el sol, de la fosa común de las personas republicanas represaliadas en el cementerio del Carmen, donde nunca faltan flores según nos contaron. La sombra de Consol y la mía se proyectan sobre su tumba, una fosa colectiva. Mi abuelo murió triste y ligero de equipaje, como el poeta. Una vieja camisa le devolvieron a mi abuela Aurora, junto con el certificado de defunción.
Escribiendo estas notas he recibido una comunicación de Francisco (de la Asociación de la Memoria Histórica de Valladolid), indicándome que el domingo 16 de febrero se inaugura el memorial “donde irán grabados los nombres 2.650 de personas asesinadas en Valladolid y su provincia, además de los presos políticos residentes, o vecinos de otras provincias, fallecidos en su prisión”. Más urgencia en dar forma a este relato apresurado para incorporar en este libro generoso de Alberto.
El tiempo biológico también apremia. Así surgió, frente a las viejas Cocheras desdibujadas por los años y la desmemoria, sin ningún signo visible de la tragedia que supuso haber albergado a miles de presos, el arrebato o la necesidad de escribir estas historias, como la de Mi abuelo Crotato. Para que su memoria perdure en el tiempo. Aunque llagamos tarde y mal es conveniente enmendarlo. El olvido constituye una victoria de quienes nos quieren sin memoria, un renuncio que no podemos permitirnos. La memoria es un dique de resistencia frente al fascismo en sus nuevas y variadas formas. Por esta razón destruyen memoriales, insultan la memoria de las Trece rosas, y se oponen a la recuperación de la Memoria democrática. En cada fosa común, en cada trinchera y parapeto de guerra, en cada cárcel, en cada lucha de los segadores de la campiña andaluza y de las mujeres en las fábricas textiles de Cataluña, surgieron y se tejieron miles de historias de fraternidad y solidaridad. Es una parte de la historia de mi familia, también de la família de Consol, entrelazadas con un hilo muy poderoso que me permite hilvanar algunos retazos de nuestra vida.
Jo vinc d’un silenci antic i molt llarg (Raimon)
Nací en Terrassa en 1949, también un mes de marzo, dicen que hacía mucho frío y algo más. A poco más de 25 kilómetros, en una playa cercana del litoral, todavía se ejecutaba al amanecer. El Camp de la Bota fue el paredón principal de la represión franquista (junto a los fusilamientos en el castillo de Montjuïc y las ejecuciones por garrote vil en La Modelo). El 17 de febrero de 1949 fueron fusilados Joaquim Puig i Pidemunt (Director de Treball), Pere Valverde Fuentes, Ángel Carrero Sancho y Numen Mestre Ferrando, militantes del PSUC y de la JSUC. Los cuerpos de las personas fusiladas eran enterrados en el Fossar de la Pedrera del Cementerio de Montjuïc. Cada año les recordamos con flores y cánticos “murieron por la libertad, la democracia, el socialismo, y los derechos nacionales de Catalunya”, se lee en un monolito. Todo esto, por supuesto, lo supe mucho más tarde.
Los recuerdos de mi infancia son los de un niño feliz. Ajeno a lo que sucedía en el mundo. El inicio de la Guerra Fría y Franco convertido en centinela de occidente frente al comunismo. Bases americanas, y concordato con el Vaticano. Asumiendo esa estampa natural de Jesús crucificado entre Franco y José Antonio en todas las aulas, y la letra con sangre entra, palmetazos, coscorrones, y de rodillas de cara a la pared. Son los años 50.
He tenido la suerte de conocer el candil, el carburo, el fogón de carbón, el petróleo, el gas butano y la electricidad, y como fuentes de energía en mi casa, el brasero y la cocina moderna. Mis nietos alucinan ¿cómo se podía vivir sin internet, móviles y pantallas táctiles? Yo también lo hago observando su pericia en el manejo y desparpajo de las llamadas nuevas tecnologías.
Mi padre y mi madre se establecieron en Terrassa en la segunda mitad de los años 40, seguramente en el 1947, el año de su boda en Fiñana. Formaban parte de una avanzadilla de migrantes procedentes de Almería, y particularmente de municipios de la vega del río Nacimiento, como Fiñana, Abla y Abrucena. Existían vínculos familiares y de conocidos, y La Cogullada (un barrio de pocas calles, poco asfalto, casas bajas de autoconstrucción, tierra y barro, campo y huertos familiares terraplenes y cañizares, particularmente entre la riera del Palau y la carretera de Martorell) se convirtió en lugar de acogida de familias enteras.
Cuando mi padre compró un solar y empezó a construir la primera habitación de su nueva casa en la calle Mozart, 88, empezaba una nueva aventura, eran jóvenes y todo estaba por hacer, aunque no llegaba el agua corriente, había que ir a buscarla a una fuente, ni tampoco la electricidad. Hubo que esperar algunos años, como he relatado en la historia de vida de mi padre Memorias y equipajes, 2004. Nuestra casa (habitaciones rudimentarias y chabolas anexas) llegó a albergar (junto a mis tíos, primos, y otros parientes cercanos) más de 10 personas. Teníamos un retrete, una comuna, y una fosa séptica que se vaciaba cuando los payeses venían a comprar el detritus como abono.
La casa se confundía con los límites del campo, las higueras, los cañizales que servían para construir cabañas, los ladrillos y la arena, y el humo y las sirenas de las fábricas, trabajando sin cesar. Salarios bajos, la semanada, y jornadas de doce y trece horas. Las mujeres se juntaban en grupos de dos o tres para transitar por calles desiertas a las cuatro o las cinco de la madrugada y llegar hasta la fábrica. Mi madre en Hilados Tapiolas, mi padre en Industrial Freixa.
Tuvieron que transcurrir todavía muchos años para descubrir que mi abuelo paterno había muerto en una cárcel de Valladolid. ¿Qué hacía un fiñanero cumpliendo una condena de 20 años de reclusión en un lugar tan lejano? La causa general de Almería, es un inventario inabarcable de todas las tropelías cometidas contra los defensores de la II República.
También pude autentificar el compromiso de mi padre Manuel Martínez Plaza, que se enroló como voluntario en las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas de Almería, en la columna de milicianos Antonio Coll, era el mes de octubre del año 1936 y todavía no había cumplido los 18 años. Destinado más tarde en Los Alcázares, aeródromo fiel a la República, acabó su periplo en los montes de Teruel, en la sierra de Javalambre. La derrota fue severa aquel invierno. Un duro aprendizaje. Cuando años más tarde tuvimos que enfrentarnos a otras dificultades, mi padre siempre nos recordaba: Cuando estábamos en la sierra de Javalambre, rodeados de nieve, derrotados, hambrientos y tiritando de frío sí que estábamos jodidos. Todo lo demás era relativo.
Así aprendimos a ir por la vida. Mi madre, María García Martos, fue la verdadera heroína. Se casó joven, también nació en Fiñana, aunque marchó a la campiña de Córdoba cuando tenía pocos años, siguiendo el oficio de su padre, segador de sol a sol. Allí conocería los tiempos, esperanzas y derrotas, de la II República, junto a su padre Juan, mi abuelo, y su madre Carmen, residiendo en Cañete de las Torres, junto a otros hermanos. Mi madre nos relató muchos años más tarde que en ese pueblo fue feliz, y quiso dejarlo por escrito cuando empezó a ir a la escuela de adultos en los años 80, también la huida del pueblo ante el avance de las tropas moras de Franco, diciembre de 1936, y los bombardeos que lo arrasaban todo. “Tuvimos que huir dejando la mesa puesta”, escribió. Fueron andando hasta Andújar entre los campos de olivos. La aviación franquista se cebaba con la población indefensa. Tras la guerra y la derrota mi madre pudo ir a vivir un tiempo a Granada con unos tíos. Siempre guardó un grato recuerdo de todo ello. Como se refleja en sus relatos y poemas escritos en Terrassa cuando ya era abuela y que pude recoger en una apresurada biografía de diciembre del 2004. Mi infancia, mi juventud, mi vida.
Entre mis asignaturas pendientes tengo la de reconstruir el periplo de mis abuelos maternos y de mi madre en Cañete de las Torres, en Córdoba. Pueblo que nos pareció muy bonito en la primera y única visita que hice, junto a Consol en el año 2016.
Mi madre conocería muy joven en carne propia la maldición bíblica “parirás con dolor”. En 1947, el mismo año en que sonríe en la foto de casamiento, con 22 años, nace muerta su primera hija. Poco tiempo más tarde nacerá su segundo hijo, el niño Crotato, que murió al año siguiente, ya residiendo en Terrassa. Dos episodios consecutivos de maternidad y paternidad que seguramente dejaron profundas huellas. Pero afrontaron la vida con nuevas y renovadas ilusiones. Así nací yo en el año 1949 y mi hermana Maricarmen en 1951. Construir una casa, ladrillo a ladrillo, trabajar duramente, cuidar de la familia, fue sin duda una tarea épica. El tiempo y la distancia acrecientan esta percepción. Las reuniones familiares o las salidas al campo, compartiendo lo poco que había, alguna tortilla de patatas o frutos secos; las verbenas que organizaba mi padre en verano en la calle, con horchata y abundante vino espumoso barato eran iniciativas muy celebradas. Siempre recordaré las escapadas a Barcelona en el tren de madera de los catalanes para ir al Rompeolas, o el descubrimiento del camping en las playas de Gavá anticipándonos y después integrándonos de lleno en la cultura campista que inauguramos más tarde en La Ballena Alegre. Mis mejores años de infancia, pura aventura.
Con estos antecedentes quiero adentrarme en el periplo de los años 60, asociados a los sonidos de La Pirenaica. Radio España Independiente y la ejecución de Julián Grimau, que tanta consternación causó en mi familia. También fueron mis primeros pasos en Casa Tomás, una sala para bautizos y comuniones donde los domingos por la tarde se hacían sesiones de baile. Conjuntos para animar guateques que alegraban la vista y algo más de los que estábamos en los últimos cursos de la enseñanza obligatoria. Viví la Riuada del 25 de septiembre de 1962, observando desde mi casa el nivel y la violencia de las aguas a su paso por el cauce de la riera del Palau, y el paisaje desolador al día siguiente recorriendo la Rambleta cubierta de coches y barro. Luego supimos de la tragedia de cientos de muertos. Como siempre, gente trabajadora, mayoritariamente emigrantes víctimas de un desarrollismo canalla y la irresponsabilidad urbanística de la dictadura. Aquí empezó a tomar cuerpo el movimiento vecinal organizado. Empecé a trabajar en 1963, con 14 años todavía no cumplidos. Había acabado el tercero de Comercio. En aquella época la edad para empezar a trabajar eran los 14 años. Quienes tenían más posibilidades estudiaban bachillerato. No era nuestro caso. Mi sueldo, aunque escaso, ayudaba a la frágil economía familiar. Así empecé mi itinerario profesional. Once años trabajando en una empresa textil radicada en la calle de la Rasa (General Mola en aquella época), en el departamento comercial y administrativo. Hasta 1975. Fueron años de aprendizajes intensos. En la Escuela Industrial nocturna, de siete a diez, y en la vida laboral, de lunes a viernes y también el sábado por la mañana. Conviene recordarlo. En 1966, con 17 años, asumí algunas decisiones que marcarían mi vida. Ese año participé con un grupo de jóvenes, chicos y chicas que pertenecían mayoritariamente a familias de militantes comunistas, en actividades lúdicas nada inocentes. Excursiones al campo en semana santa para hacer “costellades” irreverentes, escuchar poemas prohibidos, y comentar algunas noticias de la REI. Recuerdo que el impacto de la “bomba de Palomares” en 1966, y la denuncia de las bases americanas en territorio español daba mucho juego. Una cosa llevaba a la otra, y así unas chicas muy jóvenes de Can Palet, las hijas de Juan Hernández y Celia Garcia, que frecuentaban a mi tío Domingo Rivas, vecino de casa, pidieron a mi padre un espacio para establecer un club de jóvenes. Así surgió el Club JG, en honor de Julián Grimau para los que estaban en el ajo, y que se instaló en el primer piso de mi casa que estaba en ese tiempo desocupado. Aquí empezó todo. Consol, de 15 años me parecía presumida, un poco estirada, y por supuesto inalcanzable. Vaya, que no me hacía mucho caso. Ahora que han pasado muchos años, puedo afirmar que conquistarla (o dejarme conquistar por ella) fue la mejor decisión de mi vida.
Ese mismo año, el primero de mayo de 1966, regresando de la concentración de Las Planas, me ofrecieron ingresar en una organización que luchaba contra la dictadura, el PSUC. Como tenía 17 años acabé en un círculo de la Juventud Comunista. Debo decir que el día anterior había tenido mi primer bautizo en la manifestación, más bien un salto, en el Paseo de Gracia, donde corrí tanto como pude delante de los grises. Todavía conservaba muy buena forma de los años en que había practicado atletismo, tres mil obstáculos y campo a través. Distancias largas.
Me gusta hacer constar que en esta nueva aventura me avalaron, como era preceptivo, tres camaradas del PSUC, “El Chispa”, “El Pecas”, y el “Serio”. El Club JG se convirtió rápidamente en un buen captador de gente joven para la JC y el PSUC. Utilizábamos algunas revistas singulares que nos llegaban como Cuadernos de Amigos de la Unesco, explicándonos quién era Nelson Mandela y fotografías de Angela Davis, descubríamos los poemas de Miguel Hernández y Gabriel Celaya en la figura sobria de Paco Ibañez, entre otros poetas y cantantes prohibidos. Todavía recuerdo un recital histórico dedicado a la juventud, un domingo por la mañana en el mítico cine Rambla, con la presencia de Xavier Ribalta, Ovidi Montllor i el propio Paco Ibáñez. Sobre esta época intensa años 60 y 70, existen diferentes testimonios escritos al respecto, recogidos en el libro del CEHT, El combat per la llibertat, 2007, y también en diferentes números de la revista Terme.
El historiador Andreu Mayayo, en un monográfico sobre Els joves de la Transició, 2003, dio a conocer la trayectoria de las organizaciones políticas juveniles durante la transición. Entre ellas, figura la historia del club JG, retazos de la JC de Terrassa y de la Joventut Comunista de Catalunya. Xavier Domènech Sampere el autor de Temps d’interseccions. La Joventut Comunista de Catalunya. Fundació Ferrer i Guàrdia, 2008, también ha dejado escrito “La historia de la Joventut Comunista de Catalunya durante los últimos años del franquismo, y especialmente durante aquellos años que se conocen como de transición, es la historia de la segunda organización política en número de efectivos de todo el antifranquismo, y en algunos lugares de nuestro país sencillamente la historia de la organización política más importante de la lucha por la democracia.”
Pero quiero quedarme con testimonios más personales, de gente de Terrassa, como los de Natacha Urbano, Alba, que se recoge en el libro de Pepe Gutiérrez Elogio de la militancia. 2004. (Se refiere al Club JG que había sido trasladado de La Cogullada, por problemas de espacio y crecimiento, al barrio de las Arenas, donde teníamos un local amplio de planta baja), “Allí se reunía “inocentemente” un grupo de jóvenes para escuchar discos de Joan Manuel Serrat, Raimon o Paco Ibáñez, del que había una foto de muy joven. También había muchas revistas, en particular Triunfo y Cambio 16, así como una pequeña biblioteca de libros de poetes como Gabriel Celaya, Miguel Hernández, Rafael Alberti y Antonio Machado. En las paredes lucía una colección de posters sobre la guerra de Vietnam y algunos números de Mundo Obrero y Treball, cuya lectura era semiclandestina, completaban el material de que disponía el local. El principal animador del grupo era Domènec Martínez, conocido en aquella época como Dominguín.” (pàgina 173).
Así llegamos al verano de 1970 en que se constituyó el Comité Nacional de la JC Catalunya. Quiero hacerlo (en forma de pequeño homenaje, porque ya no está él para explicarlo) reproduciendo la crónica que hizo el camarada Josep Colomer, responsable de las JCC de las comarcas de Tarragona. La he traducido del catalán, su lengua materna, tal como se recoge en una publicación póstuma: Cor de comunista. “Fue aquella noche, del 29 al 30 de mayo de 1970, que una veintena de jóvenes nos reunimos en un almacén anexo a una masía de Barberá de Vallès, y constituimos el primer Comité Nacional y el Comité Ejecutivo de la Joventut Comunista de Catalunya. De aquella reunión he retenido algunos detalles anecdóticos: la llegada después de pasar por diferentes citas de seguridad, el eco lejano al anochecer del traqueteo de los Ferrocarriles de Catalunya, un poster de La Pasionaria sobre las paredes desnudas de las baldosas, una larga mesa montada sobre caballetes alrededor de la cual estuvimos deliberando toda la noche, la cena a base de bocadillos de queso y tortilla, el buen humor y la camaradería de las personas asistentes. Contamos con la presencia de una delegación de la dirección del PSUC integrada por los camaradas Josep Serradell “Román” y Josep Salas “Fortuny”. Domènec Martínez (en aquella época “Jaume”), que sería nuestro secretario general, presentó el informe político -misa cantada y en latín-, discutimos un proyecto de Manifiesto programa y nos constituimos en dirección de la JCC. Quiero citar algunos nombres, además de los ya señalados, que yo recuerde, Joan Baptista Güell “Elias”, Pere Comas, Zacarías Banqué “Ignasi”, Pau Verrié, Jordi Castan, el camarada “Francisco” de Terrassa… En aquella reunión éramos una veintena y en el conjunto de Catalunya, unos 500.”
La primera mitad de los años 70 fueron muy intensos. En Terrassa tuvo un gran impacto la huelga general de AEG, una lucha, con sus claros y oscuros, divisiones y derrotas, que tuvo una gran repercusión en despidos, detenciones, procesos, exilios…, y también con grandes ejemplos de solidaridad. Este año se cumplen 50 y desde algunos espacios de memoria se recordará con algunas de las personas que participaron. Una huella, las luchas por la justicia social, que constituyen una parte fundamental de nuestra memoria democrática. En ellas se involucraron cientos de personas, citarlas, una a una, es un ejercicio imposible en este espacio. Algunas figuran en los libros ya citados. Queda sin embargo mucho trabajo por hacer. Por esta razón he querido hacerlo de manera colectiva en cada ocasión que se nos ha brindado.
Los primeros de mayo, memoria, internacionalismo y fraternidad.
La última vez lo hice aprovechando el 50 aniversario de la concentración y manifestación de la Font de les Canyes. Como nos ha recordado la Cati Moreno, nuestra memoria colectiva está construida de pequeñas grandes historias. Un hilo muy potente, trenzado con filamentos sólidos y consistentes. Historias de gente que no sale, habitualmente, en los libros de historia. Permitidme tres referencias muy concretas, son recuerdos marcados por las convocatorias del 1 de mayo.
1 de mayo de 1966. Salida al campo en Les Planes, con la presencia de Agustí Prats y Ángel Rozas, la voz de CCOO en aquella concentración, y también de la Guardia civil que no se atrevió a intervenir. Al regresar hacia Terrassa en el tren de los catalanes con el grupo de jóvenes del club JC (Julián Grimau), nos pusimos a cantar Si yo tuviera una escoba, cuantas coses barrería de Los Sírex. Todo un éxito en aquellos tiempos. Al regresar El Pecas, el Chispa y el Serio, me pidieron que me organizara en una fuerza política que luchaba contra la dictadura. Era el PSUC, como tenía 17 años, ingresé en la JCC, pero había gente más joven, como la Consol, entre otras mujeres jóvenes. Fue, como ya he dicho, el inicio de todo.
1 de mayo de 1969. Fuente de las Cañas. Conviene recordarlo, 300 personas no eran muchas. Básicamente el movimiento obrero organizado, con sus famílias (la familia Molina, Hernández, Giménez, García, González, Gómez, Linares, la familia López Neiro, Martínez, Casas, Gallardo, Moreno, Gordillo, Cabello, Rodríguez, Fernández, los Busquet, o los Puiggrós, por citar algunas), y también los estudiantes (como lo ha recordado Leandre Busquet) y la gente de la cultura. Hace unos días en un concierto de Esther Formosa, coincidimos con Feliu Formosa. Recordaba perfectamente estas salidas junto a Maria Plans, tan estimada, “como cada vez que nos convocaba el Cipri”, añadió. También ha reivindicado su presencia Roc Fuentes y la Trini. Cuántas historias que hay que reescribir. Aquel día, la Consol, con 17 años se llevó la peor parte. Tuvo que explicar mi detención a la familia, agitar los espacios de solidaridad y mantener el tipo en las visitas a La Modelo. Josep Soler i Barberà, mi abogado defensor (¡y de tanta gente!), consiguió más tarde nuestra absolución en el TOP.
La tercera y última evocación es la del primero de mayo de 1976. Vallparadís / Carabanchel. Es bien cierto que el franquismo perduró después de la muerte del dictador. Tengo una fotografía muy entrañable que hizo María Bigordà en el parque de Vallparadís aquel primero de mayo de 1976. Me la dio muchos años más tarde. Se puede ver a Josep Ricart en el escenario, y en primer plano mi padre, mi madre, la Consol y mi hija Rut, que tenía poco más de un año. Aquel primero de mayo lo viví intensamente en Carabanchel, junto a Marcelino Camacho, Simón Sánchez Montero, Francisco Romero Marín, Lucio Lobato, Juan Antonio Bardem, entre otros (comunistas y sindicalistas con muchos años de prisión), y con mis compañeros de la UJCE. Nos habían detenido según figura en el auto de procesamiento, acusados de: preparar las acciones del próximo primero de mayo…, por tanto se decreta la prisión provisional incondicional.” La misma semana de nuestra detención, abril de 1976, la UGT hacia en libertad su XXX Congreso en Madrid. Manuel Fraga, como Ministro de Gobernación de Arias Navarro aplicaba un doble rasero. Comunistas perseguidos, los socialistas recuperando la libertad. No hace falta que añada que la Consol removió en Madrid cielo y tierra para sacarnos de las manos de la policía de la Dirección General de Seguridad, antes de cumplir los 15 días de interrogatorios, ya autorizados. Pero esta es ya otra historia. Cierro esta tercera evocación con otra cita de mi calendario sentimental. El 24 de enero de 1977, la fecha de la masacre de Atocha, los abogados comunistas. Entre ellos estaba Javier Sauquillo, era uno de nuestros abogados que presentaron denuncias contra las torturas en la DGS. Tenía poco más de 30 años. Por esta razón me emociono cada vez que veo la placa que figura en una de las columnas de nuestro sindicato.
La legalización del PCE, la legalización de los comunistas, nos pilló por sorpresa a Consol y a mí en la Universidad Libre de Bruselas, en la primavera del 1977, participando en un mitin y festival de la UJCE de ámbito europeo. En el cartel también figuraba Manuel Gerena. Regresamos en la primavera del año 2019, 42 años más tarde, en el marco de un encuentro de entidades memorialistas en el Parlamento Europeo, con el objetivo de reivindicar la memoria antifascista en España y en Europa, hoy cuestionada, amenazada, violentada y banalizada. Formando parte de la Associació catalana d’ex-presos polítics del franquisme y del Amical de les Brigades Internacionals de Catalunya.
Como afirmaba al principio, la tarea de rescatar estas historias sencillas, la mayoría de gente anónima y que nunca figuran en los libros de historia, es un imperativo democrático para salvar nuestra memoria colectiva. Lo he recordado prologando un trabajo coral de recuperación de algunos episodios de la JCC de Mataró, de los años 60 y 70, que aparecerá próximamente. Enormes dosis de fraternidad, generosidad y solidaridad en tiempos muy difíciles, extrapolable a muchas de las ciudades de Cataluña que crecieron con la gente llegada del sur. Cuando no existían móviles, ni pantallas táctiles, ni jornadas históricas que ganar a golpe de tweet, y sin una TV emitiendo las gestas 24 horas al día. Eran otros tiempos ¡que no añoramos!, las luchas por adecentar la vida en los barrios, las huelgas por los derechos sociales en las fábricas y en la construcción, las manifestaciones contra “El proceso de Burgos”, y lo hacíamos con instrumentos muy rudimentarios: octavillas, pancartas muy frágiles y unos botes de pintura, que podían acarrear detenciones, torturas, consejos de guerra, e incluso la pérdida de la vida. Ninguna nostalgia, las desigualdades y los conflictos sociales de hoy, tienen otros perfiles, aunque un mismo patrón de partida: un capitalismo depredador y devastador de dimensión planetaria. También plantea nuevos retos e inteligencia para el combate de las nuevas generaciones.
Memoria indispensable y con nombre de mujer
Es tiempo, como hace ahora Alberto en este nuevo libro, de añadir nuevos nombres propios a la larga nómina de la gente sencilla de a pie, que escribieron una gran crónica de nuestra memoria. Apolo Giménez García, catalán oriundo de un pueblo de Granada, aportó conocimiento a la lucha del PSUC y de las gentes de CCOO, en su libro autobiográfico Mi vida con tres nombres. Una vida de lucha por las libertades, 2018. También lo hizo Francisca Redondo, otra terrassense indispensable, llegada de Las Pedroñeras, en Cuenca, mediante un libro de memorias Siempre madrugando, 2019, al que ha dado forma su hija Vicenta y que hemos presentado en su barrio La Maurina. “Un buen día mi madre, Francisca, sintió la necesidad de poner sobre el papel retazos de su vida, episodios de su existencia junto a los suyos, que incluyen como en tantas otras personas que han vivido muchos años y en circunstancias tan duras como las que les tocó vivir a la gente de su generación, momentos muy tristes y otros que se recuerdan con alegría”.
Nos sentimos orgullosos y orgullosas de haberles conocido, de haber compartido sueños, utopías, victorias y fracasos, con panes y rosas. Resta mucho por hacer, particularmente con nombre de mujer. Por esta razón nos emocionó también el documental dirigido por Llúcia Oliva I la lluita continua, del campo a la construcción. Donde el protagonismo de las mujeres no se ha soslayado, como acostumbra a pasar.
Llegamos tarde y mal. Quise recordarlo en un homenaje a la Lucía Sánchez Casas, unas de las nuestras, que nos dejó en julio del año pasado.
“La Lucía pertenece a una generación de mujeres irrepetible. Se les podría aplicar el título de las mujeres sin nombre. Eran mujeres, esposas, madres, trabajadoras comprometidas, y además se ocupaban de la intendencia familiar.
Administraban los pocos recursos que había: el rebost. Trabajaban de sol a sol, dentro o fuera de casa. Eran el pal de paller de su mundo más próximo, mientras los maridos ocupaban el espacio político y social, y también todo el protagonismo, para lo bueno y para otras adversidades.
Muy a menudo se las conocía como la mujer de fulano, o de mengano. La mujer del “Casas”, la mujer del “López” o la mujer del “sastre”, por poner algunos ejemplos. Pocas veces se les llamaba por su nombre propio. Una más de nuestras asignaturas pendientes. Sin ellas, el paisaje emocional de nuestros barrios, de nuestras ciudades, de nuestra memoria colectiva, sería aún más gris. Conviene enmendarlo. Tal como hemos empezado a corregir en algunas de las exposiciones y trabajos de recuperación de la memoria de nuestra ciudad, dejando muy claro que “Les dones ja hi érem”.
Militaban cada día, y muchas veces sin saberlo, en la causa común de la justicia social. Ayudándose las unas a las otras en cada esquina de las casas en autoconstrucción, en cada barrio, en las fábricas o en el llamado trabajo doméstico. Ca n’Anglada, un barrio de aluvión, era todo un mundo de solidaridades cruzadas. La lucha de la gente por mejorar las condiciones de vida, la complicidad de los curas obreros y las organizaciones clandestinas contra la dictadura.
Ellas conocieron y se enfrentaron a la represión y la violencia franquista. En el caso de Lucía, de forma muy cruel y muy directa como nos relataba recientemente su hijo Francisco en el Centre Cívic Montserrat Roig. Difícil de olvidar la noche del 27 de octubre de 1967, la famosa “manifestación de las piedras” que hemos querido recordar con una modesta placa, cuando la policía se presentó de madrugada en su casa buscando al Cipri. Tampoco lo tuvo fácil durante la Riada del 62, o los largos viajes a Burgos para ver a su marido preso. Pero esta es ya otra historia (…)
Lucía formó parte del grupo de mujeres del Partido, el PSUC, hoy tan revindicado. Participando en las luchas contra la carestía de la vida, en los encierros en las iglesias para pedir la libertad de los presos políticos, en las salidas al campo para conmemorar las luchas obreras, con divisa internacional como las del primero de mayo, que también hemos recordado recientemente. Lucía Sánchez Casas, oriunda de Almuradiel, cuyo nombre lo dice todo sobre nuestros orígenes, también formó parte de aquel grupo de mujeres (hay que advertir que apenas eran unas docenas) que en la segunda mitad de la década de los sesenta se autodenominó Mujeres Democráticas de Terrassa, seguramente más bienintencionado que movimiento. Pero eso poco importa hoy, se comprometieron con todas las consecuencias. Las derivadas de la acción de la policía político y social, y también, no hay que pasarlo por alto, de algunas concepciones, más bien aberraciones, fruto del machismo militante dominante, también en nuestras propias filas.
Por eso conviene hoy recordarlas, por sus nombres, para que su compromiso perdure en el tiempo y no se olvide. Al recordar a Lucía, revindicamos también a la Emilia, la Francisca, la Celia, las Carmen, las María, la Maruja, la Leticia, la Luisa, las Lola, Ana, Mercedes…, entre tantas otras mujeres anónimas. Ellas, muy pocas veces salen en los libros de historia. Por eso, muy a menudo, son historias sesgadas, sin la voz protagonista de las mujeres, sin su aportación vital. Múltiple, en todas las disciplinas: en la cura y cuidado de los suyos, en la vida comunitaria, en el espacio social y familiar.
Hay que repetirlo: sin el empeño y dedicación de estas mujeres, sus maridos no hubiesen podido dedicarse a sus tareas y responsabilidades políticas. Eran ellas quienes cuidaban a las criaturas, se preocupaban de los maridos presos o cargaban con la responsabilidad de los padres. Aún predomina el relato histórico cargado de testosterona. Reescribirlas con nombre propio, con nombre de mujer, es una obligación y un imperativo democrático.
Ellas fueron pioneras, a su manera, en la defensa y recuperación de los derechos y reivindicaciones de las mujeres, que habían sido conquistados en la II República y borrados durante el franquismo. Fueron las luchas plurales: sociales, democráticas, feministas, de los años 60 y 70, las que abrieron el camino a las luchas actuales. Cuando apenas se conocía el significado del 8 M.”
Con este propósito, el que su memoria no se disipara en el olvido, tuve la suerte de rescatar algunos de los retazos de la vida de Celia García López. Una historia de remolinos de viento, que publicó la Regidoria de Promoció de la Dona de l’Ajuntament de Terrassa en 2005, coincidiendo con el acto de homenaje y reconocimiento a Maria Bigordà, Cèlia García y Ignàsia Mirosa por su participación en la lucha contra la dictadura.
La historia de la Celia, que aún vive, es la historia de una mujer, mi suegra y madre de Consol, condicionada en su infancia y su juventud por el terrible trauma de la Guerra y la represión en Abla. Narra su llegada a Terrassa, estando su padre preso en Almería, sus primeros años en la ciudad, sirviendo en diferentes casas, su boda con Juan Hernández, la construcción de la casa, ladrillo a ladrillo en Can Palet, y su experiencia de madre de tres hijas, una detrás de otra en poco tiempo, Celia, Asunción y Consuelo, las duras tareas de la casa y su etapa como trabajadora textil. Trabajó 28 años en Fontanals, formó parte de los enlaces sindicales (los colorados) que fueron elegidos cuando se presentaron en el año 1966, aprovechando las posibilidades legales del sindicato vertical. Fue elegida jurado de empresa en las elecciones de 1971, afiliada a CCOO y militante en el PSUC. Tiene su mérito si añadimos que Celia enviudó muy joven, era el año 1964, tenía 44 años. En el año 1974, coincidiendo con la grave crisis textil de la ciudad, la Celia se resiste, junto con las trabajadoras y trabajadores al cierre de la fábrica. Hubo muchas asambleas, acciones reivindicativas y encierros. Formó parte de la comisión que fue a Madrid a entrevistarse con el ministro del ramo, Licinio de la Fuente (Ministro de Trabajo). Estas y otras historias no pueden quedar orilladas de nuestra memoria colectiva.
Por la misma razón he querido reconstruir con los mimbres de la memoria todavía disponibles y algunas fuentes documentales, la historia de Juan Hernández Herrerías. Memoria indómita: de jornalero a capitán, 2019. Mi suegro y padre de Consol. Murió también joven, con 53 años, después de una vida difícil y comprometida. Tampoco conviene que se diluya en el olvido. Fue miliciano antifascista voluntario en Abla, soldado republicano y alcanzó el grado de capitán en la CXXIX Brigada Internacional. Conoció en carne propia la derrota, la represión y el compromiso político, muy marcado por la ayuda a los presos políticos de la dictadura. Han tenido que pasar muchos años, más de 60, para tener ocasión de conocer el lugar donde nació: el barrio (más bien cortijada) de los Hernández, en Abla. Un lugar sobrio, espartano, pobre, donde únicamente abundan las piedras y las chumberas. Junto a Consol hemos podido visitar las trincheras del Jarama, donde fue herido, el Hospitalillo de Tarancón donde estuvo recuperándose, y la sierra de Teruel donde hubo de librar las últimas batallas. Ha sido en tiempo muy reciente en que he descubierto que mi padre, y mi suegro, uno de Fiñana y el otro de Abla, estuvieron muy próximos y cercanos en las montañas turolenses, defendiendo la República. Estuvieron defendiendo una España de progreso con valores republicanos, y tras la derrota y la represión reconstruyeron sus vidas en Terrassa.
Es importante poner en valor estas biografías de las gentes sencillas oriundas de Almería. Nos consta que así se hace desde la Universidad de Almería y también desde entidades memorialistas, y de las personas rescatadoras de historias de vida comprometidas con la memoria coral.
A estas historias habrá que añadir otras, como la de Consol Hernández García, que es mucho más que la hija de Juan Hernández y de Celia García. Ella también tiene nombre propio, como se ha apuntado en la exposición colectiva “Les Dones també hi érem”. Militancia y compromiso político desde los 13 años, en la JCC y el PSUC, nada fácil en aquellos tiempos, como ella misma ha recordado en más de una ocasión (fue la primera mujer responsable político del PSUC en Terrassa, año 1978). Activista y precursora de los centros juveniles, desde el Club JG, el Cervantes o el Bartrina. Implicada en los movimientos vecinales y particularmente en el barrio de La Cogullada en los años 70, donde fue presidenta de la Asociación de Vecinos en los años 80, en aquellos tiempos en lo que todo estaba por hacer, la ordenación del barrio, la Escuela, los puentes sobre la Riera, los pisos de Can Niquet, los boletines reivindicativos y también culturales, como la recuperación de los bajos de los pisos de Joaquim de Sagrera para acoger la gran exposición muralista sobre Picasso. De todo ello existen referencias en mucha de la bibliografía comentada. También de su paso por el CEUTM, el Centro de Estudios Urbanísticos, Territoriales y Municipales, como se recoge diversas publicaciones (la más reciente en Nous Horitzons, 213, PSUC 1936/2016, 80 anys, El millor partit de Catalunya). Pero conviene una mirada más global, y también más desinteresada, para reescribir estas historias. Si no somos capaces de transmitir nuestras vivencias y nuestro pasado más inmediato, la desmemoria y los relatos épicos interesados y excluyentes, ocuparan el presente de nuestra agenda vital. Nos jugamos el futuro.
Terrassa y el Vallès son territorios muy fértiles, con barrios depositarios de muchas historias e identidades cruzadas, imprescindibles para reconstruir espacios de memoria local y un paisaje emocional y patrimonial que hemos de saber preservar y transmitir. Con este deseo he querido compartir estas páginas y añadirlas al propósito encomiable de nuestra historia común, la de la gente solidaria, fraternal y trabajadora.
Domènec Martínez, febrero 2020
(Nota: La pandemia del COVID-19 ha impedido su publicación hasta ahora).
María García Martos y Manuel Martínez Plaza, 1949, Mozart, 88, La Cogullada. Terrassa