
Han transcurrido casi 20 años desde la primera versión de la historia de vida de la Celia. Ciertamente una historia agitada, de remolinos de viento. Una publicación familiar concebida como un modesto testimonio para evitar que su memoria, su vitalidad y sus sueños de juventud se perdieran en el olvido.
Hoy, 11 de noviembre de 2020, superando la barrera de los 100 años oficiales (y algunos meses más según la historia real) la Celia ya no recita ni canta canciones. Escucha –y eso es mucho decir– algunas melodías y coplas de su niñez en el jardín de las Josefinas. Aunque ha superado la COVID-19 la Celia hace tiempo que está perdida en su mundo interior, muy ausente. Hace menos de cinco años aún acompañaba con palmas los conciertos improvisados en el patio familiar de la calle Mozart.
Hace 15 años tuvo la fortuna de vivir intensamente el homenaje institucional de la ciudad de Terrassa en el año 2005 y un año después firmar libros con su foto en la portada. Sabemos que se sentía muy feliz y orgullosa. La exposición “Les dones també hi érem. El compromís veïnal, sindical i polític de les dones de Terrassa a la Transició”, también dejan huella de su contribución a una ciudad y una sociedad mejor.

Ahora, cuando la Celia cumple un siglo de vida queremos con este texto participar de nuestro particular homenaje, para que la huella de su larga e intensa trayectoria perdure en la memoria. También constituye un compromiso para actualizar y completar su biografía con nuevos añadidos, pedazos y retazos de un largo camino.

Celia García López nació en el pueblo de Abla, provincia de Almería, un 11 de noviembre de 1920. Así consta en su partida de nacimiento aunque su llegada a este mundo se produjo unos meses antes, según le gusta relatar.
Desde muy niña la Celia aprendió los oficios propios del campo: coger olivas, pastorear las cabras, sembrar la remolacha…, igual que si fuese un niño. Aunque a ella lo que le gustaba era cantar, bailar y soñar con hacer teatro.
La miseria, la represión, la falta de perspectivas, la indujeron a emprender un largo viaje hasta Terrassa, donde la Celia ya tenía algunos parientes lejanos que habían hecho este camino anteriormente.
Era el año 1941 y el ambiente no era muy festivo. Repique de tambores cada domingo en el monumento fascista junto a la Mutua y el paseo de Egara. Recaló en una habitación de la calle Marconi, la cultura de las solidaridades entre los parientes y conocidos de aquella época. Pronto encontró casas en las que servir. Aquí forjó su acreditación de buena cocinera.
En el año 1946 se casó con Juan Hernández Herrerías (que acababa de salir de la cárcel condenado por defender la República), a quien conocía desde los tiempos en que ella visitaba a su padre en la prisión de Almería. Iniciaron una nueva vida en Can Palet, donde construyeron, ladrillo a ladrillo y domingo tras domingo, la casa familiar. Allí nacieron sus tres hijas: la Celia, la Asunción y la Consuelo.

A partir del año 1945, la Celia inicia una nueva etapa como trabajadora textil. Muy pronto participará activamente en las acciones por mejorar las condiciones de vida de las mujeres trabajadoras, tomando parte activa en la actividad sindical de los años 60 y 70 (elecciones sindicales) así como en las actividades de las primeras Comisiones Obreras y del Partido (PSUC). Hay que añadir que la situación no era nada fácil. La Celia enviudó en el año 1964, tenía 44 años y tenía a su cargo tres hijas, una de 17, otra de 15 y la menor de 12 años.
El año 1950 entró a trabajar en Fontanals, empresa en la que se implicó en la actividad sindical y en la que trabajó durante 28 años seguidos. La Celia se presentó a las elecciones sindicales de 1966 (de enlaces sindicales y jurados de empresa, aprovechando las posibilidades legales de la representación en los sindicatos verticales) que preconizaban las incipientes CCOO, y siendo elegida jurado de empresa en las elecciones sindicales de 1971.

En el año 1974, la empresa Fontanals presentó solicitud de suspensión de contratos. Se iniciaba un proceso que conduciría a su cierre definitivo. Se produjeron innumerables asambleas, acciones reivindicativas y encierros de los trabajadores y trabajadoras de la fábrica. La situación era dramática porque afectaba a muchas familias que se quedaban, literalmente, en la calle. La solidaridad con los trabajadores encerrados fue muy importante. La tensión fue creciendo y llegó hasta Madrid. La Celia participó en nombre de los trabajadores en la comisión (conjuntamente con los abogados laboralistas) que se fue a Madrid para entrevistarse con el ministro del ramo, Licinio de la Fuente (Ministro del Trabajo).

Desde la muerte de su marido Juan Hernández en el año 1964, la casa de la Celia se convirtió en una casa al servicio del “Partido”. Allí se hacían reuniones del Comité Local del PSUC, se redactaban crónicas y manifiestos, se “picaban” y se preparaban los clichés para las ediciones a multicopista. También tuvieron una máquina de imprimir cuando fue necesario.
La Celia se sentía igualmente comprometida con la creación del movimiento de “Mujeres Democráticas”, mujeres, mayoritariamente simpatizantes del PSUC, que promovían diferentes acciones de protestas contra los despidos, la carestía de la vida, y la represión.
A finales de los años 60 participaron en la manifestación de los “cestos vacíos”, recorriendo el Marcado de la Independencia y la Rambla, y en el año 1970 se encerraron en la Iglesia del Santo Espíritu en solidaridad con los huelguistas de la fábrica AEG. Estas acciones tuvieron un fuerte impacto popular.
Durante su jubilación, la Celia, tuvo tiempo de transmitirnos sus historias, recitarnos poemas y alegrarnos con sus canciones de juventud. Un privilegio.
Aquí dejamos este testimonio en estos tiempos difíciles y convulsos, para rendir homenaje a la gente de su generación que hubo de afrontar muchas dificultades y piedras del camino. Supieron atravesar en canal el siglo XX y dejarnos su amor por la vida. Un legado de esfuerzo colectivo, con llantos y alegrías, como la vida misma. Corresponde ahora saber preservarlo y transmitirlo a las nuevas generaciones.